La enfermedad del Domingo |
Joyas del cine iberoamericano, es la clara diferencia entre creatividad
y artesanía. No funciona para gente adulterada con el ritmo comercial de los
éxitos comerciales norteamericanos. No es para esa gente.
Septiembre 2020
Si su patrón de consumo del cine es el norteamericano más comercial, La
enfermedad del domingo no es para usted.
No hay secuencias de acción, tiros, despelotes de sangre, ni el triste
rictus del sexo sugerido o vandalizado, ni ritmo acelerado cerrado con la
gloria previsible de ese final que usted puede adivinar. Si ese es su
patrón, le ruego que ni intente verla. Procure otros filmes de actores que
corren rápidos y furiosos, de esos que se cubren, para enmascarar su
mediocridad audiovisual con las 50 y pico sombras de Grey.
La enfermedad del domingo es un drama de ausencias, de miserias, de
desamparo compensado de la forma más inusual, de descuidos del alma y el olvido
deliberado de roles, de angustiantes silencios y largas pausas de mirada, de
marchas argumentales trabajadas con cuidado y el ritmo desesperante a ratos, de
tipo que demanda un quehacer fílmico responsable de su papel, el que llama a
consagrar el arte de alto perfil, sin truculencias, ni el repetido y previsible
lugar común.
El milagro del buen cine, nace con el responsable cuidado del detalle,
el inicio de la perfección y de la experiencia que trasciende a sus creadores y
que se quedará por siempre en
el patrimonio de experiencias inolvidables de sus públicos. Ese es el logro de
La enfermedad del domingo.
Puesta en común por la plataforma Netfix, para mucha gente puede que sea
uno de tantos títulos ofertados, tan solo para bien pasar las horas de encierro
del toque de queda.
Se trata de uno de esos éxitos del cine que parte de un guión que trenza
con personajes y giros emocionales en torno a una vinculación familiar
(madre-hija), ofreciendo la oportunidad para uno de los más completos recitales
interpretativos, de mujer a mujer.
La soberbia entrega a sus roles de Anabel (Susi Sánchez) encuentra a su hija Chiara (Bárbara Lennie) en uno
de los más formidables conciertos de actuación, absolutamente digno de estudio
por parte de estudiantes y profesionales de la interpretación.
Lo determinante es la dedicación del director a cada uno de los aspectos
técnicos y artísticos de su producción: desde la dirección de arte, selectiva
en sus ambientes y locaciones, su vestuario (que ha sido estudiado por
publicaciones especializadas), el manejo de cámaras y su perfecto universo
sonoro, tanto la banda musical como sus efectos de sonido), a lo que agrega el
criterio de sus personajes de apoyo y la fotografía de un Ricardo García y la
música original de Nico Casal.
El director
Ramón Salazar, director español de nombre tan común como el de
cualquier hijo de vecino, despojado del manto de refulgencia mediática, entregó en 2018, un proyecto de cine que comenzó cuatro
años antes en la forma de una pieza dramática familiar con unos giros
emotivos sorprendentes, sentidos y de una trascendencia que se queda en el
sentir del espectador, sabiendo que lo percibido es fruto de un talento
respetuoso de un arte exigente y con tantas cuidadas expresiones del lenguaje
del cine. Se formó como actor en la Escuela Superior de Arte Dramático de
Málaga y luego estudió dirección de cine en Madrid, y que inició su carrera de director cuando
presentó su primer largometraje en 2002, Piedras, hasta llegar a dirigir (2018
y 2019) capítulos de dos de las series españolas de mayor impacto reciente: Vis
a Vis y Elite, mostrándose como un adecuado director de series comerciales de
fórmula y que no guardan relación con su imaginario interno, del aliento
personal de cuanto quisiera hacer desde sus ímpetus originarios.
Salazar no cuenta a su favor con fulgurante mundo las luminarias
mediáticas y la locura de las redes sociales en las cuales la gente vale tan
solo por la cantidad de los vius y no por la evaluación estética de su
obra. Pero, por suerte, parece que no lo necesita.
Basta que el alma agradecida de un espectador de su obra, quedé
ensimismada en lo que ha sentido tras una hora y 33 minutos de pura emoción
bien cultivada rebelde al facilismo de una sociedad que persiste en la simplificación
de todo como carta de triunfo.
La enfermedad del domingo, con todo y su título tan paradójico como
seductor, es su obra más personal, la que debe figurar en su filmografía
fundamental, es La Enfermedad del domingo deja su impronta en 2018 y 2019 festivales (Berlinae, Sección Panorama;
Mejor actuación femenina (Bárbara Lennie) del Premio Sant Jordi; Premio Goya a la mejor
actuación femenina (Sucy Sánchez); nominada mejor director (Premios Feroz) y al
Premio de Cine en Valores (Premios Forqué).
Una de esas entregas del cine que se siembran en la memoria emotiva,
cuando haya que hablar de buen cine.
Fuente: José Rafael Sosa
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